La próxima elección del Poder Judicial, por las razones anotadas en mi columna Los corderos y el matadero, se ha transformado una vez más en una batalla en condiciones de dramática desventaja en defensa de los derechos democráticos más elementales, pero sobre todo en defensa del derecho a que el voto como una de la expresiones esenciales de la democracia, sea un mecanismo que permita el ejercicio libre de la voluntad popular a través de la decisión soberana y consciente de cada individuo, en este caso para elegir a ciudadanos que ocuparán cargos de altísima responsabilidad.
El Gobierno a través de tres de los poderes del Estado, el Ejecutivo, el Legislativo y el Electoral, ha tejido una tela impenetrable cuyo único objetivo es mantener el control del Poder Judicial que ya tiene de modo ilegal y sobre todo inconstitucional desde que la Asamblea le dio al Presidente poderes para elegir magistrados, lo que le permite manejar ese Poder a su arbitrio.
Dado que la elección está o viciada, o limitada, o manipulada en todos sus pasos, desde su propio origen hasta el momento en que depositemos nuestro voto en las urnas, está claro que no cumplirá su objetivo teórico, que es el ejercicio por primera vez en nuestra historia de una experiencia nueva, la posibilidad de elegir por voto popular a los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, el Tribunal Constitucional Plurinacional, el Consejo de la Judicatura y el Tribunal Agroambiental.
Como ciudadano es para mí un imperativo tomar una posición clara y de principios ante esta elección, y lo hago.
Primero. Me someto a la Constitución Política del Estado promulgada en 2009, dado que –ejemplo de la ruta de los corderos al matadero-- fue aprobada mayoritariamente en un referendo nacional.
Segundo. Voy a votar, dado que el voto es obligatorio (artículo 26, parágrafo II, numeral 1 de la CPE).
Tercero. No votaré por ninguno de los candidatos en ninguno de los cargos electivos que están en juego por las siguientes razones: La selección hecha por la Asamblea Constituyente ha respondido exclusivamente al interés político de garantizar candidatos afines al MAS. El nivel de la Comisión encargada de interrogar y calificar a los postulantes no fue el adecuado (ni política ni técnicamente). El nivel profesional de la mayoría de los postulantes y sobre todo la elocuente ausencia de candidaturas de personalidades de alta categoría moral y profesional, deja como saldo una lista de candidatos que, en buena parte, no están a la altura del desafío histórico que tienen por delante. Finalmente, las restricciones a los medios de comunicación por atenuadas que estén, demuestran dos cosas; la parcialización del Tribunal Supremo Electoral con los intereses del Gobierno y la imposibilidad de que los ciudadanos contemos con los elementos de juicio indispensables para elegir adecuadamente a los candidatos. En suma, esta primera elección del Poder Judicial ha sido, como otras muchas recientes transformaciones en nuestra economía jurídica, contaminada y desnaturalizada completamente.
Cuarto. Hecho el razonamiento anterior sólo quedan dos caminos, el voto en blanco o el voto nulo. El voto en blanco tiene, según mi entender, dos connotaciones. La primera, que apoya el proceso electoral y la elección en sí como mecanismo democrático legítimo. La segunda, que no encuentra que los candidatos en lid respondan a las características que como elector se cree que debieran tener para ocupar el cargo al que postulan. Este no es el caso.
El voto nulo, en cambio, es una expresión de rechazo al proceso en sí mismo sin apartarse un milímetro del ejercicio de un derecho y deber democrático. Esta no es una elección que nos permita elegir libremente, y menos aún que garantice por primera vez la composición de un Poder Judicial idóneo e independiente de los otros poderes. El voto nulo es el rechazo a la instrumentalización que hace el Gobierno para copar la totalidad de los poderes del Estado que hoy ya tiene, pero dándole un ropaje de legalidad que lo hace aún más peligroso de lo que en los hechos es.
Por todo lo dicho, y por primera vez desde que ejercí este derecho en 1978, votaré nulo.
Como ciudadano exhorto con vehemencia a los líderes de la oposición que han decidido promover el voto nulo, que no busquen paternidades absurdas sobre éste, que no confundan a los votantes con consignas e interpretaciones particulares para que “su” voto nulo sea distinto al voto nulo “de los otros”. El voto nulo debe ser la expresión de todas las bolivianas y bolivianos demócratas que creemos que esta elección es un nuevo camino al figurado matadero al que ya me referí.
No soy optimista en cuanto al resultado, porque el Gobierno, por alta que sea la suma de votos nulos y blancos, al no contabilizarlos en el recuento que sólo toma en consideración los votos válidos, pretenderá que éstos no son significativos. Pero me da igual. No importa cuál sea el número de nulos y blancos, el mío será uno de ellos. No estoy dispuesto a rendirme nunca en la batalla en defensa de los valores democráticos esenciales en los que creo, por los que he luchado toda mi vida y que he promovido y defendido cuando ocupé las mayores responsabilidades en el Estado.
El autor fue Presidente de la República
El autor fue Presidente de la República