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miércoles, 2 de noviembre de 2011

el plebiscito se diluye en la nada, del experimento quedará un saldo para ser echado a la basura asegura El Deber refiriéndose al tema de los tribunos sin autoridad moral ni respaldo real.

Tal vez había buenas razones para modificar las fórmulas a que estaba sujeta la estructuración de los tribunales de justicia de nuestro país. Probablemente el viejo método o las viejas fórmulas daban pábulo al ejercicio de influencias subalternas y hasta bastardas que, sin remedio, deterioraban seriamente una de las más altas y delicadas funciones en un país, en un pueblo civilizado, como es la de dar a cada cual lo que le corresponde, sea por bueno o por malo.
Pero aun aceptando que se imponía la modificación de la forma de estructurar las diversas instancias de la administración de justicia, debemos, con buena voluntad y ánimo conciliador, aceptar que un asunto tan peliagudo, ciertamente vital porque oscila entre el bien y el mal, y mucho más cerca de este último, se imponía tomarse suficiente tiempo en consultas con los que más saben de dentro de casa y fuera de ella, recogiendo a la vez experiencias aleccionadoras que sin duda las hay dispersas y trascendentes, entre eruditos de alta y buena ley.
Pero lejos de tomarse las cosas sin apresuramientos carentes de razones lógicas y nada comprensibles a la vez, se optó por el camino trillado del plebiscito que es, -ni cómo discutirlo- el menos apropiado, especialmente en países como el nuestro, tan contaminados por el prebendalismo, el soborno y el tráfico de principios, incluidos los ideales que,  aunque poco frecuentes entre nosotros los bolivianos, suelen mostrar hilachas que de cierta manera nos revalorizan.
Pues, fuimos citados a las urnas, y no una sino dos veces, aunque de la segunda no valga la pena juicio alguno puesto que ni las almas en pena respondieron a la convocatoria. Los resultados, en ambos casos, fueron un fiasco monumental, una paladina confirmación de que una vez más, ante cometido de magnitud enorme como el de estructurar la administración de la justicia, no hicimos otra cosa que patear oxígeno, de lo cual, como es sabido, nada en blanco se logra.
El plebiscito convocado como una fórmula única y novedosa para estructurar una administración de justicia al margen de prebendalismos y de influencias político-partidarias, se diluyó en la nada pese a que debió de manera inopinada, repetirse parcialmente una semana después de su primera versión, en algunos asientos, sin que las cosas cuando menos en un ápice mejorasen.
Todo parece indicar que del experimento hasta aquí comentado con pena, sólo quedará un saldo para tirar al canasto.

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